Tinta Suelta / David Nieblas Meza

* Mensaje fuerte y claro para gobierno de Daniel Serrano; ¿y la sororidad?

La sesión de Cabildo de esta semana en Cuautitlán Izcalli no sólo volvió a exhibir la crisis institucional que arrastra este gobierno municipal, sino que también puso sobre la mesa un tema alarmante y doloroso: la violencia política de género ejercida desde el poder, disfrazada de formalidad administrativa y envuelta en un discurso progresista que, en los hechos, se revela como un cascarón vacío.

Valentina Loa, regidora de Morena y quizá una de las más jóvenes del país, ha decidido romper el cerco del silencio, aunque eso le haya significado el acoso sistemático por parte del aparato de gobierno que encabeza Daniel Serrano. En una intervención valiente, cargada de indignación y firmeza, denunció no sólo bloqueo de información, exclusión deliberada de actos públicos y descalificación permanente a su trabajo, sino también un acto de intimidación directa orquestado, según sus palabras, por un “cobarde e ignorante” que utiliza a funcionarios para ejecutar venganzas políticas disfrazadas de citatorios administrativos.

Este tipo de hostigamiento no puede ni debe relativizarse. Cuando una mujer alza la voz desde el poder y recibe como respuesta el amedrentamiento institucional, estamos frente a una forma de violencia política de género que debería ser condenada de inmediato por todas las instancias responsables de velar por los derechos de las mujeres. Pero, hasta ahora, lo que se ha impuesto es el silencio.

Salvo la regidora panista Ely Quintana, que hizo un pronunciamiento sororo, claro y contundente; las demás ediles, particularmente quienes se asumen feministas y militan en partidos que se dicen de izquierda, han optado por la comodidad de la omisión. Es ahí donde el silencio, se convierte en complicidad.

Ely Quintana no sólo respaldó públicamente a Valentina, sino que tuvo el valor de confesar que ella también ha sido víctima de intimidación: notificaciones que llegan a su domicilio particular, aun cuando tiene un domicilio procesal en el palacio municipal. La advertencia es clara: “sabemos dónde vives”. Esa es la narrativa con la que opera el autoritarismo cuando las mujeres no se someten. La diferencia es que algunas prefieren callar, aunque eso signifique traicionar la causa que dicen defender.

Aún más grave es la inacción de la directora del IMGUALDAD, Jeanette de Rosas. Su silencio no sólo es una falta administrativa y política; es una traición al mandato que se le encomendó. Porque si ni siquiera puede emitir una postura pública cuando una regidora de su propio gobierno denuncia violencia institucional, ¿de qué sirve su cargo? ¿Para qué existe el Instituto?.

Hoy más que nunca, la sororidad no puede quedarse en el discurso. La violencia política de género no es una anécdota menor, es una afrenta a la democracia. Y lo que está ocurriendo en este municipio debería encender las alarmas de todos los que todavía creemos en la dignidad del servicio público.

Porque, como bien dijo Valentina: “La cuarta transformación no se construye desde el abuso disfrazado de institucionalidad”. Se construye con justicia, con verdad y con mujeres que se atreven a no callar. Aunque eso les cueste el acoso, el desprecio… o el silencio condenable de sus compañeras.

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